lunes, 30 de enero de 2012

Memorias Bajo Tierra.


Se abrieron las puertas del vagón, justo después de la señal sonora y la voz del operador anunciaba la llegada a la estación “Plaza Venezuela”. El galán coloquial se apartó con una exagerada cortesía y emulando a un diestro de la tauromaquia, expresó en alta voz: --¡Permiso señores, paso a la reina! Adelante preciosa, bienvenida a ese, su Metro de Caracas. La joven no pudo dejar de sonreír ante la creatividad manifiesta del piropo, y fue a ubicarse en el asiento que muy gentilmente le cedieron de inmediato. Ella desvió la mirada hacia la ventanilla y por efecto del reflejo sus ojos se toparon con los de un apuesto caballero que viajaba de pie. Tenía aspecto como de profesor, y él, tímidamente miró a otro lugar, pero ella se percató de que, a hurtadillas, la miraba con insistencia. Pensándolo bien el rostro de aquel tipo le resultó un tanto familiar y el que la observara frecuentemente pero sin atrevimiento, le hizo creer que a él también le resultara conocida. “Podría ser aquel profesor de Informativo I que tuvimos en la escuela de Comunicación Social. Era muy guapo y todas suspirábamos cuando él entraba al salón de clases”. Trataba de hurgar en sus recuerdos sin volver a mirarlo. “No, no creo, ese profe debe de ser un poco más viejo, quizás unos cincuenta años y este muñeco no llega a los cuarenta; además, aquél era chileno y a la caída del régimen de Pinochet, volvió a su país”. El hombre también, con cierta prudencia a cada bamboleo del tren, la veía de soslayo a través del vidrio. “¿De dónde conozco a esta muchacha?; la verdad, es muy bonita, pero lo que me llama la atención es que le hallo un aire como si la conociera de antes”. Decidió dedicar su atención, a otras cosas que tenía en mente y para él eran más importantes, abandonando la idea de que la chica le recordaba a alguien. Sin embargo, pese a su voluntad. “Me parece que es aquella secretaria que tuvo mi hermano Luis Alfredo en su consultorio de la clínica Luis Razetti. No, no puede ser, esa era más joven, tal vez unos veinte años a lo sumo, y esta pudiera tener algo más de treinta.” Ambos sabían, aunque inconscientemente que a veces no recordamos algo o a alguien porque sencillamente nos bloqueamos, sin que nuestra voluntad intervenga. Ese bloqueo puede derivarse, a veces, de una experiencia negativa, dado que la memoria es selectiva. De los millares de eventos que a diario percibimos en nuestro entorno, sólo damos cabida a una porción, y más pequeña es la parte que solemos recordar. Ocasionalmente, resulta ser hasta un poco de temor, sí, miedo a recordar una realidad que, tal vez, nos hirió de algún modo. “Ah, ya sé. Aquel pretendiente que tuvo mi hermana Mariela, quien estuvo solo un par de veces de visita en casa y después resultó casado y con tres hijos. ¿Cómo es que se llamaba... Cordero, Córdoba, Cordido. ¡Sí, Rogelio Cordido! Y era gerente de finanzas de un banco nacional. Tampoco, se le parece mucho pero Cordido era más alto y delgado. No, no es él. Pero no deja de mirarme, seguramente se estará preguntando también de dónde me conoce. ¡Qué cómico!” el hombre optó por descartar los esfuerzos para recordar a esta dama. “Posiblemente se trata de una actriz de segunda o una modelo. Alguien cuyo rostro he visto por azar y nadie a quien conozca personalmente. Pero me ha mirado varias veces. Apostaría a que tiene la misma sensación que yo. ¡Sería gracioso!, no creo ser ningún papacito como para gustarle tanto.” El operador anunciaba la llegada del tren a la estación “Capitolio”, una de las más concurridas de la línea 1, por lo que muchos pasajeros se aprestaban a descender. Entre esos se hallaba él, quien avanzó un poco hacia las puertas del vagón, cuando por casualidad, la bella morena se levantó de su asiento, con la misma inequívoca intención. Se ubicaron ambos frente a frente, ahora sin reservas, se miraron fijamente y de tan cerca que los dos pensaron simultáneamente: “Mmm, qué lindos ojos. ¡Y qué bien huele!”. Sonó la alarma y las puertas automáticas abrieron paso a la muchedumbre que, apretujadamente, comenzó a salir. La joven se le perdió de vista unos instantes, para luego aparecer subiendo por una de las escaleras mecánicas, desde donde le dirigió una sugestiva mirada. Después de eso, la vio caminar con un gracioso contoneo a lo largo del pasillo intermedio, para finalmente desaparecer por el torniquete. “¡Ah, ya! Es Maite, la que estudiaba Comunicación Social en la U.C.V. cuando mi primo Alejandro, vino desde Chile a dar unos seminarios allí.” Terminó de subir la escalera, miró a ambos lados del pasillo. Para cuando el franqueó el torniquete, ya la chica había ganado la calle, y no la vio más.

1 comentario:

  1. DIANA
    Hace 97 días
    —-Me gustó, describes una situación que suele ocurrirnos. Ahora una pregunta ¿por qué termina reconociéndola él y no ella? Habría que analizar ¿no? Me gustó muy dinámica la prosa.

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