lunes, 21 de junio de 2010

LOS CABALLEROS DE LA MUERTE

En mi corazón redoblan las campanas de una dulce mañana de noviembre. Pero también se remonta en mi atizada desventura, el recuerdo de una tiranía que me hundió en un vacío indescriptible. Después de muchos años regresé a la casa paterna y me senté en la puerta a esperar. Mi familia había sido asesinada por inescrupulosos caballeros de la guerra. Mis graneros yacían incendiados. Los animales muertos en sus corrales y los pájaros ya no cantaban en los árboles ni en las ventanas de mi desvencijada habitación. Soñé que todo era un sueño, sin embargo, dentro de éste, la realidad parecía una enorme mentira. Los caballeros de la noche presagiaban tormentas. Entré a la sala y encendí unas velas moradas que aún conservaban su nitidez. La llama se desparramaba en el viento azul de las primeras horas del alba. Un himno desgarrador se oía en medio de la lluvia, porque ahora llovía a raudales. Las palmas, de melenas oscuras y ensortijadas, sembradas de horror, parecieran perpetuarse en el delirio de abyectas melancolías. La letra del himno prodigaba una ocurrente alabanza a las estepas del valle, en donde duermen los restos de una civilización sagrada. Ese día no pude salir de casa pero sabía que pronto vendrían por mi. Los verdugos del sistema inquisidor sospechaban de mi rebelión. Habían interrogado a todos los coterráneos de aquella comarca y aunque ellos lo hubieran negado, yo ya formaba parte del objeto de su búsqueda; sabían de mi desventura, de mi terrible mudez, de mi enfermedad aciaga cuya consecuencia pudo ser la epidemia. No soportaban mi presencia en los pasillos del palacio, ni siquiera en las calles de mi país. La orden era superior a cualquier extremo de cordura. No esperaba de ellos su perdón, ni la indulgencia por mis favores. El escarnio me marcaba en la piel como a una res en el matadero. Entendí que la vida tiene un precio insobornable. Si fui un delincuente de las sombras, la justicia procederá. Y aunque no recuerde nada ahora, algo de mi se pudre en silencio, en un justo juicio cuyo veredicto se lleva en la punta de una lanza homicida. La verdad traspasa mis instintos y me hace su presa. Las pisadas del verdugo se oyen. El viento silba apacible, la última sentencia. Nadie impedirá mi inmolación. Afuera sigue lloviendo. Los pasos se acercan... estoy solo en la habitación. La llama se esfuma. El aire crece. El día apenas comienza. Despierto y las manos de una dama me acarician. Sus uñas me aprisionan el cuello, y la punta de una lanza se hunde en mi delirio. El dolor me envuelve en una manta blanca, bajo la llama que flamea incorrupta, sobre mis ojos.

3 comentarios:

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  2. Me encanto el relato Manuel, sólo le quitaria la palabra Entonces en: "Entonces entendi que la vida tiene un precio..." Yo lo dejaría como es un relato en primera persona, un tanto autobiografico: Entendi que la vida tiene un precio..." GRACIAS POR EL RELATO OTRO APORTE A LA LITERATURA FANTASTICA TACHIRENSE, ESE ES EL CAMINO, VAMOS BIEN, ESTOY SEGURO

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  3. Gracias, José, usted es un excelente lector, seguiré su consejo...un abrazo.

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