viernes, 9 de julio de 2010

Adelanto del cuento aun sin titulo

El problema es que Mario se quedó dormido mientras yo hablaba. No podía ir en el bus, porque empezaba a cabecear y yo a decirle ¿Cuántos goles llevas, chamo? Y él decía que ninguno.

Mario, ésta vez, no dijo ni pío. Cerró los ojos y allí quedó.


***

--Laura, despierta—dijo el guitarrista de nuestra banda. Parecía emocionado. Era la primera vez que viajábamos en un tour a nivel nacional-- ¡Mira ese paisaje, mujer!

Me limpié los ojos con las manos y observé por la ventana. Íbamos en una camioneta, eso lo sé. Soy mala para las marcas. Yo dormía con la cabeza apoyada al hombro de Fredo, nuestro guitarrista estrella. Quizás por eso tenía una tortícolis, el tipo era pura piel y huesos. Desgraciadamente, por la enfermedad del sueño, Fredo nunca había salido de la ciudad. Ahora veíamos la industria de cemento, echando humo. A pesar de lo contaminante, era una vista hermosa. Seguro que intentó de despertarme antes, pero es que caí rendida.

Bostezo y cuando mis parpados se van cayendo veo el vaso lleno de café negro extrafuerte de Carlitos Drummer, el baterista de nuestra banda. Subo la mirada un poco. Está tamborileando en el volante Moby Dick de Led Zeppelin. Turupapá Turupapá Turupapá. ¿Podría pedir una nana más majestuosa?


***

La primera vez que vi a Mario fue en el noviembre del 2005, cuando le tocaba una canción satanica a los niños de primer grado. Por supuesto, ellos no entendían de eso, pero estaban felices escuchando y aplaudiendo y tarareando mis gritos guturales. No me acuerdo bien, creo que era de Gorgoroth, pero acústico. Les dije que era una canción de cuna africana, y ellos se la creyeron. Aun pensaban que Africa estaba dejada de la Mano de Dios por culpa de películas como El Exorcista (El Comienzo).

Me le acerqué a Mario y lo invité a reunirse, pero salió corriendo. En ese momento pasaba una ambulancia cerca, mis ojos lagrimearon y una piedra dio contra la ventana, sin romperla. Los niños salieron corriendo gritando y llorando. Yo metí rápidamente a guitarra en el forro y también corrí. No sé qué tienen los niños de las escuelas públicas contra las privadas. Por suerte llegó la policía a tiempo. Casi derribaban la puerta.


***

--¡Llegamos!—anuncia Carlitos Drummer.

Es gordo, lleva barba, el cabello corto y una sonrisa bonachona. Abre la puerta y salé de un saltito. Lo observo bien sin moverme: tiene los brazos tatuados, una cachucha al revés, lleva pantaloncillos negros y una franelilla que antes era negra. Abre la puerta en la que apoyo mi cabeza y me saca de un jalón. Me ofrece un cigarrillo. Enciendo un cigarrillo y otro más. Un días de estos voy a plantearme muy seriamente dejar de fumar, por esa tos que me entra al levantarme.

--Café si no le ofrezco, gorda—dice con su voz aguda y rasposa--. Ya con el que he bebido hoy, creo que no dormiré más de ocho horas por el resto de semana.

--Hasta que lleguen los tachirenses borrachos anónimos a ofrecerte un guarito.

Estamos en Finca Azul, un par de kilómetros más arriba de Mesa de Aura. Es un lugar muy bonito. Pero me siento muy cansada para pensar. Fredo me da mi guitarra, el bolso con la pedalera y los cables, mi mochila con mis cosas, y un par de consejos para más adelante. No dejes tus cosas afuera, no pruebes tragos de desconocidos y, hagas lo que hagas, no te duermas.

No me preocupa. En cuanto entro a la cabaña principal, me siento en el sofá y, sin darme cuenta, una modorra me atrapa y una niebla cubre mi visión.


***

Fui a la casa de Mario el día de su cumpleaños y fue divertido. Estabamos solos los dos. Sus viejos dormían. Yo acababa de salir de clases y lleva el uniforme: una falda azul marino y la camisa beige. De resto era yo misma: mi cadena de perros, como le decía mi padre a la correa de púas que llevaba en el cuello, mi muñequera de Black Sabbath, porque esa banda es excelente, sobre todo cuando estaba Ozzy…Dio no fue malo, pero Ozzy es único. Es como Freddy Mercury en Queen. El que niegue aquello es un insensible.

Mario y yo jugamos videojuegos hasta el aburrimiento y terminamos acostados en la cama, abrazándonos y besándonos. No fue mi primer beso, pero me gustó. De todas formas sólo fuimos amigos.


***

Mary Ozzy me despertó cinco minutos después. Ella es la bajista de la banda. Rubia y de rulitos, sólo vestía de rockera en el escenario. De resto era una persona común. Habladora, jodedora, fiestera y fanática de la lectura. Leía bastante Agatha Christie, pero lo discutía poco con el grupo. Mary Ozzy es la mujer perfecta: el equilibrio entre lo inteligente, lo sensible y lo “ama de casa”.

La seguí hasta el estudio de ensayo. Sentía mi piel pegada a los huesos, como ropa mojada al cuerpo. Con pereza, saqué la guitarra del estuche. Mi instrumento es una Fender Stratocaster negro y blanca, enchulada a mi manera con algunos dibujos en tinta china. Por cierto, soy una excelente dibujante del mundo abstracto.

Conecto un cable a la guitarra, de ahí a la pedalera, de ahí a la consola, subo bajos, subo agudos y pruebo un do que suena desafinadísimo. Piso el pedal hasta el afinador y muevo las clavijas hasta que suene a la perfección.

Me dan ganas de orinar y pido disculpas a los muchachos. Carlitos Drummer me mira con preocupación. Tranquilo, digo, todo estará bien. Voy al baño, cierro con llave, me siento en la poseta y me quedo dormida de lo más feliz ¡Nunca había estado más cansada en mi vida!


***

Una vez, Mario me vio salir con otro chico y le entraron unos celos infernales. Ese chico se llamaba Carlos Mendoza, pero no era baterista en ese tiempo. Era muy despistado. Tampoco tenía tatuajes en el cuerpo. Hablaba mucho, se olvidaba de todo y luego volvía a hablar de lo primero que se le venía.

--¿Cómo sería el mundo si fuese cuadrado?—le pregunté.

--¡Sería muy bonito!—exclamó emocionado--¡Sería verde! ¡Luminoso!—Carlitos se quedo en suspenso y luego preguntó ¿podrías repetirme la pregunta?

Después no lo volví a ver, sino al final de mi primera carrera universitaria, cuando nos encontramos en el banco. Él llevaba unas baquetas y las hacía girar con sus dedos. Tenía un tatuaje mínimo en el hombro: un tambor africano.


***

Los golpes en la puerta del baño me despertaron.

--¡Ya voy, carajo! ¡Dejame cagar en paz!

Abro la puerta, salgo y todos me miran asustados. Estoy bien, no se preocupen, estoy viva. Volvemos a la sala de ensayo. Carlitos Drummer me da un trago de su café. Rancio, amargo. Sabe a petróleo. Nunca lo he probado, pero a eso sabe.

--Bueno, si ya nadie tiene que hacer del cuerpo—dijo Carlitos y todos lo vimos listos de nuestros instrumentos. Golpeó sus baquetas--¡Y un un un dos tres!

Tocamos Anarchy in UK de Sex Pistols y me siento viva otra vez. Gruño y luego canto rasposa y guturalmente.

1 comentario:

  1. Los asteriscos sólo los ando utilizando acá en el blog. El original no los lleva. Es para diferencias un momento de otro.

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