viernes, 3 de septiembre de 2010

En una cola

Las playas fueron cerradas por el coñazo de agua que cayó a medianoche en los alrededores. Varios puentes se cayeros. Ibamos llegando a Maracay cuando empezó a granizar. Estuvimos 4 horas en cola, esperando que ocurriera algo. Un tsunami, no sé. Por suerte llevábamos buena música. Y algunos cigarrillos. Y comida. Acababamos de salir de El Bohio, la estación de servicio más original de la zona: con mc donald, burger King, pizza hot, tiendas de chucherías, ventas de trajes de baño y muchas cosas más.

Yo me había quedado en el auto, mientras el grupo hacía cola en los baños. La gocha de Carol amaba tanto su cabello que se bajo del carro con champú y tolla en mano. David revisó las yantas, el motor, y el techo del carro. Luego desapareció y regresó con un par de cervezas bien frías. Yo leía Tokio Ya No Nos Quiere de Ray Loriga. Un libro de viajes. Debería tomarme un viajecito así. Todo pago y sin preocupaciones. Vendiendo droga, pero está bien, es legal, ya se encontró la cura del sida y del cáncer. Bueno, menos mal que Carol y Gaby se habían ido del carro. No soporto escuchar Lady Gaga ni Britney Spear. Saqué mi MP3 y lo inserté en la radio. Sí Sí Sí, yo quiero estar sedado. The Ramones. Punk del viejo. Tengo rock variado, desde punk hasta grindcore. Me bebí la cerveza, mientras David buscaba conversación a cualquier vecino temporal.

Al rato salió Gaby con una hamburguesita y Carol con el cabello lavado y la toalla de bufanda, oliendo una a comida deliciosa y otra a frutas. Entraron y pusieron mala cara por la música. Yo me había cambiado al asiento del copiloto. Tamborileaba con las manos mis rodillas al ritmo de la música. David puso en marcha el carro, subió el volumen de la música y cantamos a todo pulmón. Hasta que nos topamos con la cola. Hasta que empezó a caer el granizo y las mujeres se pusieron a chillar. Hasta que, luego de un año de abstinencia, me fume un cigarrillo, pensando en el instante en que cayera un meteorito y elevara una ola de 5000 metros y nos arrasara a todos. La pura idea me asustó tanto que salí del carro y empecé ¡Viene la ola! Creando un pánico colectivo. Gente corriendo de aquí para allá gritando ¡La ola! Y luego el momento de vergüenza, cuando David me metió al carro y me dijo que disimulara que no ocurría nada. Le dijo a la gente que yo estaba loquito. Y luego nos reímos mucho cuando bebimos aquella noche. Pero, aun, 10 años después, me sonrojo de la pena cada vez que lo recuerdo.

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