lunes, 6 de septiembre de 2010

Va de Boda, monólogo.

Héctor Estrada Parada. "veneco"

“¡Qué ladilla! Acabo de recibir una invitación de boda, ya me dirán si no es para estar inquieto. ¡Será posible! ¡Es que te queda la misma cara que cuando te llega una citación de tribunal! Tu mujer dice: ¡Ay, qué nota!, se casan Lorenzo y Pepita, ¡qué “náis”!… y tú: (¡’ñuélam…!)… Sí, sí, qué bonito es el amor.

¡Dale, a soltar plata! Porque hay que ver como se gasta en las bodas. Sobre todo las ajenas, porque en la tuya, gastaron los suegros: los tuyos y los de ella. Y hablando de gastar… las mujeres, que no sólo se disfrazan de paquete de caramelos, algunas hasta se ponen una fiambrera en la cabeza, que las ves y dices:

“¿Mami? ¿Eres tú o el soldado Ryan camuflado?”

Lo más raro es ese bolsito diminuto que llevan todas, ¡De pana, una almeja metálica! ¿Que llevan ahí?, una Always extrafina sin alas (claro, porque asomarían) una polvera y un lápiz labial.

Sí, es muy intenso eso de las bodas.

Una de las cosas que mas odio de las bodas son las esperas:

Te tiras media hora en la puerta de la iglesia con las manos llenas de arroz y sudando tanto, que cuando salen los novios, lo que les tiras es arroz a la cubana, nada más te faltan los huevos y las tajadas fritas de plátano maduro, pero con lo que te has gastado para asistir con tu mujer “de madrina”, tu hijo menor de “paje”, tu hija mayor de “dama de honor”… ¡un huevo!

Ahora, los peores son los carajitos, que tiran el arroz a la cara, ¡con una mala leche!:

“¡En el ojo, chamo, le pegaste en el ojo...!”.

Y el novio, ahí, aguantando, con cara de bolsa para las fotos.

¡Odio las bodas!

Yo, en la última ni conocía a la que se casaba y cuando fui a darle el beso de rigor, me tuve que presentar:

-Soy Víctor, el hijo de la tía Teresa, la que no se habla con el abuelo.

- Ah, encantada, gracias por venir, “primo”.

Y da igual, la novia no se entera realmente de quién eres, va como drogada, le podría haber dicho:

-¿Me prestas un par de kilitos para la inicial de un mercado de Quinta Crespo?

-Ah, encantada, gracias por venir, “primo”.

O bien:

-Soy el violador de Catuche, vengo a enseñarte el machete.

Ella hubiera dicho igualmente:

-Ah, encantada, gracias por venir, primo.

Lo que más odio de las bodas en el momento del traslado a la “recepción”.

Tu madre te endosa a tus tías, pero como tu carro es de dos puertas, las tienes que meter a empujones. El vestido se les sube a las caderas y van todo el camino enseñando la faja. Pero a ellas todo les hace gracia:

-Vitico, sube la ventanilla mi amor, ji, ji, ji, que me despeino, y sigue, sigue al tío Juan, que se sabe el camino, ji, ji, ji.

¡Ji,ji! ¡Vitico, fila de doce carros tocando la corneta! Y como el primero se pase un semáforo en rojo... ¡emergencia, emergencia! Todo el mundo sacando el Walkie-Talkie:

-Atención, hemos doblado a la izquierda, ¿ven al tío Juan?, ¡coñooo, nosotros estamos dando vueltas a la manzana!, ¡veeergaaa, nos perdimos!, ¿me copias, me copias...? Pato rojo a pato azul, se nos perdió el tío Juan, ¡tío Juan contesta, aló, aló…, qué buena vaina! ¡Este pote se quedó sin baterías!

Da igual, es un desastre. Cuando llegas, el tío Juan lleva dos horas sentado echándose un palo de güisqui y encima te dice:

-¿Dónde coño se metieron ustedes?... ¡qué bolas tienen!

Lo único que esta bien organizado en las bodas es el reparto de los idiotas: ponen uno en cada mesa. Pero el resto es un descontrol: están entrando con la torta y a tu mesa aun no han llevado las bolitas de carne y los tequeños.

¿Y que me dicen del vídeo? Se acerca el de la cámara y todo el mundo se cree que esta en Sábado Sensacional: el idiota se pone una servilleta en la cabeza, el tío Juan canta la “Jota Margariteña” de siempre y una de las tías llora:

-Hijos míos, que se quieran mucho y se respeten siempre...

¡Hombre, por favor! ¿Esto es lo que pasa el día más feliz de tu vida?

¡Es todo muy fuerte! Porque después llegan las mujeres con almendras acarameladas envueltas en un trozo de tul y paquetes de cigarrillos gritando:

-Fúmate uno mujer, que estamos de boda.

Y de pronto te encuentras a tu mujer echando humo por la nariz como si fuera una vieja locomotora.

A nosotros, en cuanto nos descuidamos, nos colocan un habano.

Yo, a la tercera calada, empiezo a ponerme blanco y lo tiro.

Pero allí están los vigilantes de habanos, tan atentos ellos:

-¿Ya te fumaste el habano? ¡Dale otro al chamo y un palo de güisqui, pa' que se haga un hombre!

Un hombre, un hombre... ¡hombre, no me jodas!

¡Y el baile! Eso es lo mas fuerte. Lo peor es cuando el tío de la novia, ya dando señales de estar medio borracho y sin esperar la “hora loca”, la saca a bailar un pasodoble. El tío va todo sudado con la camisa pegada al cuerpo, le planta la barbilla en el hombro, le sube el vestido medio metro y canturrea mordiendo el tabaco:

-“La ‘ente ‘anta con ardor ‘e ‘iva Es’aña, nana na nana nana náaa, y Es’aña es la mejor, tara ran tan taran tara rá, ¡y olé!”

Lo que menos entiendo es por que los novios pasan de mesa en mesa preguntando: -¿Que tal? ¿Han comido bien?

A tí te dan ganas de decirles:

-Pues no, la comida era una mierda, y no he dejado de soltar crema entre la corbata, la camisa y el paltó... ¡Y encima me han puesto al lado del bafle!

Pero no, les dices que todo ha estado delicioso…, sencillamente perfecto. Y así, con una mentira, los novios comienzan su vida de casados. Claro que no será la única mentira en la vida de esos infelices.

En fin, ¡que vivan los novios, pero a mí que no me inviten a más bodas!”

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