domingo, 14 de octubre de 2012

LA MATA DE PUYAS

por Héctor La bella y bulliciosa Caracas, se dice que fue fundada por Diego de Losada el 25 de julio de 1567. Ahora, investigaciones han determinado que Losada no fundó ninguna ciudad, sino que reedificó los dos enclaves que los indios habían destruido unos cuatro años antes: la villa de San Francisco y el pueblo costero de El Collado, que ya existían desde 1561. Esta puede ser la razón de que no exista el acta de fundación de Caracas, ya que la ciudad capital estaba fundada desde 1561; primero como hato establecido por Francisco Fajardo, y después convertida en villa por Juan Rodríguez Suárez, que nombró alcaldes y regidores y repartió tierras entre sus soldados. Cuando Losada y sus hombres llegaron al lugar en 1567, encontraron los cimientos y las cenizas de la primitiva población. En todo caso en 1967 se festeja con gran pompa y significación. Los caraqueños como Miguelito, se sienten orgullosos de su ciudad. Al menos eso le inculcan en su escuela. – Amá, ¿barco se escribe con “v” de vaca chiquita o con “b” de burro grande? – ¿Qué lavativa es esa de vaca chiquita o burro grande? ¡Ah muchachito ‘pa loco este! Tú sí que pareces un burro chiquito, es lo que es. – Así dijo la maestra, güeno yo no sé, eso es muy enredao. – Ya te he dicho mil veces, sin exagerar, que no se dice güeno, sino bueno. Y barco se escribe con “b” grande o de burro o labial, que llaman. – Güeno, bueno. Así transcurría la mayoría de las tardes en la única pieza del ranchito, la cual servía de salita, cocina y comedor durante el día y como dormitorio por las noches. Al finalizar sus tareas escolares, Miguelito se llevaba las dos latas de manteca vacías para cargar el agua. Mientras tanto, Aurora, su joven y abnegada madre le guardaba un buen pedazo de rica melcocha, la cual hacía las delicias del muchachito. Ella había descubierto que este era un método infalible para que Miguel se demorara lo menos posible, trayendo el agua desde el chorro que había en la plazoleta. Antes le daba la meriendita inmediatamente después de hacer las tareas y después lo mandaba a la pila, y el agua casi siempre llegaba a la hora de la cena, cuando ya “el hombre” había llegado, lo que le daba a éste un motivo para empezar a pelear, estuviera o no, borracho. Principalmente, los motivos para que se demorara eran los juegos infantiles y los amigos del barrio. Miguelito se distraía volando papagayos, los cuales elaboraba él mismo con gran habilidad y utilizando los más variados materiales, sobre todo de desecho. También jugaba metras a “pepa y palmo”, bailaba trompos y jugaba con un gurrufío, que en Venezuela, es el nombre de un juguete normalmente compuesto por dos chapas de botella aplanadas y ensartadas en dos orificios por una cuerda atada a sí misma. Se soporta con ambas manos, cada una sosteniendo una parte de la cuerda, el cual también sabía confeccionar. A veces le apetecía andar solo; entonces se iba a la parte más alta del cerro, allá en Vista al Mar, para soñar despierto, actividad compartida con todos los niños del mundo. Recolectaba y comía frutas silvestres y se sentaba en el borde de una piedra a disfrutar de la brisa y la vista. Se divisaba desde allí, la más o menos cercana autopista que va al litoral central y por la cual, según se imaginaba el niño, transitaban “millones” de vehículos, “…El Litoral Central o lo que muchas personas llaman “La Guaira” es la zona central de Venezuela, al Norte de la Cordillera. Esta zona es de alta importancia tanto turística como comercial por su cercanía con la capital, Caracas, y por contar con el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar en Maiquetía y el Puerto de La Guaira…”, recordaba Miguelito que decía una cuña perteneciente a la campaña Venezuela Tuya, dirigida a promover el turismo mediante cortos y afiches en los que se daban a conocer bellezas naturales de la región central, Mérida, Margarita y los llanos principalmente. Frecuentemente recordaba una vez, -realmente la “única” vez- que fue a la playa. Lo llevó una tía suya y pasó allí uno de los días más maravillosos de toda su corta existencia. Se le aguaba la boca nomás de recordar el sabroso pescado frito con tostones y ensalada que comió a la orilla del mar, en el Paseo de Macuto. – Epa Miguel, ¿quién era ese señor que fue a la escuela el otro día a buscar tu boleta de notas? – ¡Guá, el papá de mi hermanito! – Ah, sí es verdá que tú no tienes papá. – No, bolsiclón, no ves que yo nací por la manga de la camisa de mi mamá. ¡Claro que tengo papá!, lo que pasa es que por aquí en el barrio no lo conocen porque se la pasa viajando en barco del que se escribe con “b” de burro grande. Él es marinero mercantil. – ¡Ja, ja! Tú sí que eres bien bruto Miguelito. I que, marinero mercantil, será Marino Mercante. – ¡Ah!, ¿ves? Tú mismo lo ‘tás diciendo y fíjate que por el barrio no me creen. Eso es pura cochina envidia. – Coye y tú papá de verdá, verdaíta…. ¿nunca te trae ná? – Sí… món. Pero todo lo que me trae me lo está guardando pa’ cuando yo esté grande: juguetes, ropa, zapatos y todo eso, pa’ que no se me eche a perder. Y en conversaciones de ese tenor, palabras más, palabras menos, recorría Miguelito el trayecto hasta la humilde vivienda sin derramar ni una gota del vital líquido, con miras a degustar su deliciosa melcocha, de la cual invariablemente convidaba a Lucio, su compinche más incondicional. – Miguel, ¿será verdá que de todo lo que uno siembra, nace una mata? – Sí, ho…, cualquiera pepa que se siembra en la tierra, nace. – pero no, yo no digo una pepa. – ¿Ah no, y entonces qué se siembra, las hojas? – Yo digo que si uno siembra una mata de puyas… – Ah claro, también –dijo Miguel con la solemnidad de un catedrático— yo el otro día andaba por allá arribooota buscando unas moras y me enredé con las puyas de una mata y me espiné todo el brazo. – No gafo, no me refiero a de esas puyas, sino de estas –y extrajo del único bolsillo que no tenía roto un par de relucientes centavitos que le regalara su madrina el domingo después de la misa. Para quienes pertenecen a nuevas generaciones y seguramente lo ignoran, puya es el nombre coloquialmente dado a una moneda –oficialmente el centavo– cuyo valor era de 5 céntimos de bolívar; el valor de la locha, era de 12 céntimos y medio; y el valor de un mediecito era de 25 céntimos. – Güeno, que digo, bueno yo creo que sí. Vamos a probar, sembramos una en el patio de atrás de tu casa y la otra la gastamos en la pulpería de ‘ño Julián comprando caramelos. – ¡‘Tá pago! –dijo Lucio con la carita iluminada por la ilusión que le hacían la futura mata de puyas y los caramelos de una de nuestras añejas y criollísimas pulperías. Éstas eran establecimientos que expendían al por menor, básicamente comestibles. Las pulperías se encuentran generalmente, pero no únicamente, en los barrios o vecindarios más pobres de las ciudades y pueblos ya que venden artículos fraccionados, es decir, porciones muy pequeñas para su consumo diario. Así como trozos pequeños de queso, porciones de manteca, mantequilla, azúcar y granos. De allí el refrán popular: “Cada pulpero alaba su queso”. Estos negocios eran atendidos “el pulpero”, quien generalmente usaba un batón y una cachucha. Este personaje instituyó en Venezuela las tradicionales “ñapas”, las cuales constituyen por definición: Regalo que se le da a las personas al comprar algo, a veces un poquito adicional de lo se está comprando, otras, una golosina de poco valor monetario pero que a un rapazuelo le llenaba el corazón de alegría. El país y el tiempo siguieron su marcha, a ratos avanzando y a ratos más lento. Cambiaron algunos gobiernos y un día… AUTOPARTES “MIGUELUCIO” REPUESTOS PARA CARROS AMERICANOS Y EUROPEOS Dos hombres jóvenes contemplaban desde la acera de enfrente, en la avenida Bolívar de Catia, el aviso recién instalado sobre la entrada de su negocio, cuya inauguración se llevaría a cabo esa misma tarde. – Bueno socio –dijo Lucio a su amigo Miguel–, ya podemos comenzar a trabajar para el público, porque ya estábamos trabajando muy duro, pero sin ganar ni un centavo, ahora a vender y a servir. – Hablando de centavos, ¿cómo te parece Lucio?, ahí está nuestra “mata de puyas”. –¿Cuáles puyas y de mata me estás tú hablando chico? – De aquél centavito que sembramos cuando chiquitos en el patio de tu casa, ¿no lo recuerdas? Era sólo una fantasía de niños, pero aquí queda demostrado que con estudio, trabajo y sentido de la responsabilidad, se hacen realidad las “matas de puyas”.

1 comentario:

  1. DIANA
    Hace 2 días
    ¡Hola! ¡Qué grata es la lectura! Leyendo tu historia volví a mi niñez y recordé cuando un día le pedí a mi madre, que estaba trabajando en el jardín, que plantara dos monedas para tener más en el futuro, no recuerdo si lo hizo pero siempre me causó gracia mi ingenuidad. Y ahora tú me brindas, allá lejos de mi tierra, una situación similar y tal vez me ofrezcas la oportunidad de reflexionar sobre mi “mata de puyas”. Gracias, Héctor y felicitaciones.

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