lunes, 24 de mayo de 2010

EL MENSAJERO DE LAS ESTRELLAS

EL MENSAJERO DE LAS ESTRELLAS

(O De cuando el niño Jesús merendó chicha y pasteles…)

Dedicado a toda la humanidad, particularmente a mis hijos y mi nieto, y muy especialmente a mi hija menor, Ivana María.

En la bella y acogedora ciudad andina de San Cristóbal, en Venezuela, suelen celebrar y festejar cada enero, las famosas “Ferias de San Sebastián” en honor al santo patrono urbano.

Hace algunos años, no sé cuántos, apareció en los alrededores del llamado complejo ferial, un hermoso y simpático niño de aproximadamente siete años a quién todos llamaban, cariñosamente, Chucho.

Alguien le preguntó:

--Niño, ¿por qué andas solito?

A lo que Chucho respondió:

--Mis padres trabajan y a mí me cuida el Todopoderoso.

--Y… ¿de dónde vienes?

El niño alzó la mirada y dijo:

--De lejos, muy lejos.

--Tus padres, ¿qué hacen?

--Mi mamá se ocupa de las cosas del hogar y mi papá es carpintero… ¡y de los buenos!

Continuó su recorrido por la ciudad, visitando templos y observando el comportamiento de la gente. Le llamó mucho la atención que casi todos allí decían ser cristianos, pero sus acciones dejaban dudas al respecto.

Chucho apoyaba a quienes podía: a una ancianita la ayudó a cruzar la calle; curó y cuidó a un pajarito que había sido derribado a pedradas por unos granujillas. Se le veía visitando enfermos en los hospitales y ancianos en los asilos, llevando a todos una palabra de aliento, un mensaje de amor y esperanza.

Cuentan que en una ocasión le fue obsequiado un pastelito de arroz con carne y un vaso de rico mazato; mientras disfrutaba de su merienda conversaba con los circundantes acerca de Dios, del significado que Él debería tener en nuestras vidas y de los propósitos de nuestro Padre para nuestras existencias. Todos quienes le escuchaban, se maravillaron con la profunda convicción y sabiduría con las que el niño hablaba; se sentían conmovidos por su palabras, ya que les tocaba lo más hondo de sus corazones.

Cierta noche, Chucho quiso experimentar la emoción de la montaña rusa, el encargado, con mucha pena le dijo:

--Lo siento mucho niño, pero eres muy pequeño para subir a esta atracción.

Chucho argumentó que al lado de la entrada había una tablita para medir a los niños antes de subirse. El empleado, riendo, aceptó hacer la prueba a sabiendas de que el muchachito no la pasaría.

Para sorpresa de los presentes, misteriosamente Chucho sobrepasó la medida por varios centímetros de ventaja.

Entre las cosas que el niñito compartió con las personas que encontraba a su paso, estaba su gran preocupación y tristeza porque la gente en la época navideña, ferias religiosas y en la Semana Santa, suele dar más importancia a las parrandas, el licor, la ropa y los viajes, olvidando o, al menos, dejando de lado la verdadera esencia de lo que en esas fechas se conmemora. Frecuentemente nos olvidamos de que somos cuerpo y espíritu, y que es este último el que debe estar en perfecta comunión con el Creador.

En unos de sus tantos viajes, el niño de nuestra historia hubo de cruzar un río enorme. Allí había un gigantón que se ganaba el sustento pasando, en ambas direcciones a los andantes. Cristóbal, según se llamaba, alardeaba de su fuerza y rió cuando la criatura le insinuó que no podría cargarlo para pasar a la otra orilla.

--Yo he llevado en peso a dos adultos a la vez, y tú me vienes con que no puedo contigo. ¡A ti te llevaría en la palma de la mano!

Cristóbal colocó a Chucho en su hombro y avanzó hacia las aguas, pero a medida que se acercaba al medio de la corriente, el gigante sentía que sus rodillas flaqueaban por el formidable peso del niño.

--Deberías presumir menos de tu fortaleza y ser más humilde, como Dios manda. Recuerda que sólo los humildes y puros de corazón podrán entrar en el Reino de los Cielos.

Al escuchar aquello, Cristóbal tuvo una magnífica revelación. Depositando al niño en la orilla opuesta, se hincó de rodillas prometiendo dedicar su vida a la fe. Desde entonces le dio un giro a sus acciones sirviendo a Dios y a la humanidad de manera muy diferente.

Tiempo después, a este hombre piadoso, se le conocería como San Cristóbal, al igual que nuestra ciudad, en la que el niño Jesús merendó chicha y pasteles, la ocasión en que hizo un alto en su peregrinar, llevando al mundo la palabra de DIOS.

HÉCTOR ESTRADA PARADA

venezolano

1 comentario:

  1. He tenido el gusto de leer varios de sus textos y este blog es una vía extraordinaria para seguir sumando joyas como esa. Me gustaría saber cómo está el profesor Pedro Pablo Paredes, premio nacional de literatura (cuando era designado por verdaderos méritos).

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