domingo, 11 de marzo de 2012

El Catirito y el Cantor




Héctor Estrada Parada.

Los amplísimos pasillos y los extensos jardines de la Ciudad Universitaria, representaban para aquel catirito de once años, más que un formidable parque de juegos. Era su universo todas las tardes y parte de la noche. Él acompañaba a su mamá, quien estudiaba Trabajo Social. Una que otra vez, el rapaz se colaba en el salón de clases para ubicarse muy callado y atento en uno de los pupitres de la última fila. Pese a su corta edad, aquellos casos en que “asistía” a clases asimilaba extraordinariamente lo que veía y oía. Muchos años después recordaría lo que aprendió sobre la desviación estándar y el muestreo y la tabulación de resultados en una encuesta en las clases de estadística. Tampoco olvidaría lo que con singular interés siguió acerca de la Psicosis de KorsaKoff, enfermedad asociada al alcoholismo, cuyas explicaciones daba magistralmente el doctor Orellana titular de la cátedra de Psico-patología. Igual atención ponía el muchacho a las clases de Sociología Rural y Psicología. Como gozaba de libertad para no entrar al salón, a veces sólo vagaba por loq que, para él, era la inmensidad de aquellos espacios. Estudiantes de Ingeniería le ayudaban con sus tareas de matemáticas. Lindas muchachas le obsequiaban chucherías y meriendas en los diferentes cafetines. A diario cultivaba nuevas amistades, incluidos los vigilantes, quienes una vez tuvieron que corretearlo por el techo del Aula Magna, en vista del peligro que el mismo niño corría. Cierta tarde en la que, trepado a un gran flamboyán se divertía arrojando desde lo alto, puñados de hojas y flores a la cabeza de los paseantes. Un joven moreno, de pelo recio y barba, quien deambulaba con un cuatro en la mano le preguntó quién era y con quién andaba, preocupado por el muchacho que desde hacía varias horas andaba solo por los alrededores. Le invitó a bajar del árbol para conversar un poco. El catirito le pidió que le mostrara su cuatro.

--No sólo te lo muestro, hasta dejaré que lo toques.
--Ah, bueno, así sí me bajo. –dijo el carricito mientras descendía—Yo me sé algunos tonos, ¿sabes?
--¡Qué maravilla!, entonces tócame una canción –dijo, entregándole el instrumento e invitándole a que se sentaran juntos en la grama.
El catirito estaba encantado de pulsar algunos arpegios en el cuatro de su nuevo amigo.
--¿Cuéntame qué te gustaría estudiar cuando grande?
--Ingeniería, pero también me gusta la música. Cantar y tocar, ¿y tú qué haces, también eres músico?
--Mi vida son la Patria y la música. Oye dentro de una hora me reúno con unos amigos ahí en el Aula Magna para cantar unas canciones. Te invito, ¿quieres ir?
--Sí vale, me gustaría mucho.
Hablaron de la Patria, de Bolívar, de libertad, de los sueños. Y de los sueños de libertad en la Patria de Bolívar. Al cabo de una hora, más o menos, el catirito, a quien se le abrían todas las puertas de la UCV, se hallaba sentado en una de las gradas del enorme y emblemático auditorio, el cual estaba a reventar. Cientos y cientos de estudiantes se dieron cita para escuchar a dos personas que le cantaban a Latinoamérica con toda su alma. Un joven estudiante se paró en el centro del escenario y anuncio:
--¡Compañeros! El centro de estudiantes de la Universidad Central de Venezuela, tiene el gusto y el honor de presentar esta tarde a: ¡Mercedes Sosa! Y al cantor del pueblo… la formidable ovación no dejo escuchar más nada, manifestando un mismo sentir y una misma emoción, que poco a poco fue dando paso a los primeros acordes:
El lagrimear de las cumaraguas,
está cubriendo toda mi tierra,
piden la vida y le dan un siglo
pero con tal que no pase nada
en mi tierra mansa,
mi mansa tierra.


Aplausos, gritos y más aplausos. El catirito sintió como se le paraban todos los pelos del cuerpo.

1 comentario:

  1. DIANA
    Hace 34 días

    Cuando leí tu texto primero pensé en tu infancia e inmediatamente vino a mi mente mi hija. Ella vivió algo similar y sus horas transcurrían en la biblioteca del Centro de Investigación Educativa.
    Luego, continué leyendo y ví a ese catirito, sentado entre gigantes, escuchando a la voz más pequeña e inmensa del mundo, la de Mercedes Sosa. Sin saberlo has abierto el arcón de los recuerdos. Felicitaciones y gracias por tu magia!!!!

    ResponderEliminar